Después de un simple desayuno fuimos a la “plasha” a caminar, mientras tomábamos fotos hermosas aletas comenzaron a salir esporádicamente del agua, eran delfines. Los vimos recorrer toda la bahía, al mismo tiempo pensaba como son de fascinantes. Caminando un par de metros más vimos un pingüino, estaba muerto en la orilla del mar, ni siquiera pude recordar si alguna vez había visto un pingüino afuera de un zoológico, mucho menos tan cerca y sin vida, aun así sus plumas estaban todavía radiantes, por unos minutos me quedé ahí contemplándolo, pensando el porqué y el cómo murió.
La gente de Uruguay nos ha recibido sensacionalmente, son exageradamente corteces, tanto que cuando les dices gracias siempre responden: – No, por favor. Probamos el chivito que es una torta de carne de res con pimientos, cebolla, aceitunas, jamón, huevo, queso y no se que más pero es un súper monchis.
Sólo de ver al pingüino me hubiese puesto a llorar. Me fascinan como para verlo muerto. Pues que buenos viajes te has dado, pero sobre todo que buenas historias. Enormes saludos Lucía.
Si, dan ganas de llorar, pero por alguna extraña razón era hermoso todavía 😉 un abrazo Mayra